viernes, 13 de junio de 2014

TIRANÍA: CAPÍTULO 4


Le duele muchísimo la cabeza. Abre los ojos, y nota una molesta sensación en la cara: la tiene llena de arena. Se la sacude con las manos, y se levanta con apatía, contemplando lo que le rodea. Un enorme desierto de naranja y alevosa arena, y unos cactus de formas varias a la lejanía, eso es lo que lo rodea.

Grita lo más fuerte que puede, hasta desgañitarse. Es inútil, no hay nadie. Se quita el jubón y se arremanga las mangas de la camisa y los pantalones para no sufrir tanto calor. También se quita las botas negras y camina descalzo por la hosca arena. Se muere de hambre, y vete a saber cuántas horas ha estado durmiendo.

Un trozo de papel cae al suelo. Se agacha y lo coge como puede, haciendo el máximo esfuerzo para no perder el equilibrio. Está muy refregado, y es una nota escrita con letra trémula.

“Kristján Thordottir, si te recuperas de la insolación búscanos. Sino… ha sido un placer trabajar contigo. Gracias por el servicio. Descansa en paz.

Ernest Köhler”

Incluso su mejor amigo, el que lo acompañaba siempre, ahora lo ha abandonado. Ha preferido salvarse en vez de arriesgar su vida esperando a que su compañero se despertara o muriera.

Necesita agua. Y comida. El estómago le ruge y tiene carraspera en la garganta. Tiene el profundo deseo de que, pronto, un tuareg remoto lo verá y lo salvará, o encontrará un oasis extraordinario. Podrá sumergirse en aquellas aguas y saciarse. Camina y camina, cada vez con más hervor por el pensamiento del oasis y el tuareg, pero está tan hueco que se cae y se desmaya, hundiéndose en la arena.

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Cuando abre los ojos sucede el milagro: delante no tiene un cielo azul y resplandeciente, sino un techo de color carne. Sonríe, flemático, y balbucea una serie de palabras sin lógica para que alguien lo atienda. Y funciona, pues enseguida llegan unas cuantas personas.

-Hola, señor. ¿Se encuentra bien? –le dice un joven de unos dieciséis años en un inglés pastoso, dándole un vaso de agua, y Kristján se lo bebe de un sorbo, con devoción.

Tienen todos la piel negra como el azabache, y no tienen aspecto de tuaregs. Visten con poca ropa, y solo hay un par de mujeres; una muy vieja y regordeta que casi no se puede levantar de su silla y otra más joven, pero tampoco es una adolescente, sino que debe de tener unos treinta años.

Hablan entre ellos un idioma extranjero, y su deber es el de apalearlos porque no hablan el lenguaje que toca, pero no lo hace, porque está demasiado débil y lo están tratando de maravilla. Le dan una infusión repulsiva pero efectiva, y después de haber dormido un rato, le dan la poca comida que tienen: sacos de fruta, patatas, lechuga y un poco de carne de pollo fría. Los tres lo miran fijamente mientras manduca y eso lo agobia e incomoda.

-Los pollos… ¿de dónde los habéis sacado? –dice Kristján en voz baja e insegura, para romper el silencio.

-Tenemos aves de corral –dice el chico joven que antes le ha dado agua, y sonríe porque ha sabido expresarse bien-. Pollos muchos, gallinas.

Cuando sacia su hambre y su sed, es capaz de ubicarse. Están dentro de una pequeña casa de pocos colores y casi sin decoración; de lisas paredes de color carne y puertas de madera marrones. No debe de ser un lugar muy seguro donde te puedas sentir protegido en caso de tormenta o terremotos, pero algo es algo.

-¿Cómo os llamáis? –les pregunta lentamente para que lo entiendan.

-Yo Kayode –dice el chico-, ella mi hermana Ngozi –señala a la chica de unos treinta años-, y ella madre Yetunde –señala a la mujer gorda.

Ngozi y Yetunde no dicen nada, pero lo miran con una leve sonrisa en los ojos, aprobándolo. Lo que Kristján no sabe es qué hará a partir de ahora, y no entiende por qué lo están tratando con tanta hospitalidad. Si él fuese uno de ellos, lo habría matado con tan solo verlo, pues es un soldado invasor.

-¿Por qué me tratáis tan bien? Soy un soldado…

-Nosotros no importa si tú soldado –dice Kayode, charlatán y entusiasmado-. Tú laso y nosotros cogerte y cuidarte y darte comida. No importa si tú soldado –repite, trabándose con las palabras.

-He venido a torturaros, para impostar una tiranía con mis compañeros, porque estoy a favor de esta. ¿A caso queréis que os mate?

-Tú no tener pistola y tus compañeros no acompañan –dice Ngozi por primera vez, pero acaba de decir su frase y ya se retira, vergonzosa.

-¿Me estáis diciendo que soy un rehén?

-Poder venir a conocer pueblo, y brujo Jaro ayudar a curarte –sigue diciendo el chico.

Aunque dijera que no, acabaría yendo seguro, así que asiente con la cabeza y Kayode le pide que lo siga. Salen de la casa atravesando unas cortinas verdes de satén. Caminan por el pueblo, que más que un pueblo es una muy pequeña villa, pero vete a saber dónde se encuentran exactamente.

A Kristján le fascina pero a su vez se le encoge el corazón; el montón de personas mal alimentadas y en un estado económico paupérrimo, los hijos enclenques que mueren pronto, sus enjutos cuerpos con el vientre inflado y las caras hambrientas. Aun así, lo que más le sorprende es que son felices. Cantan, bailan, ríen y se entienden, son todos una familia unida y no se tienen rencor alguno.

Llegan a una cabaña cubierta con telas de seda, y primero Kayode se adientra, pidiendo a Kristján que se espere fuera unos minutos. Poco después lo hace entrar con un gesto de la mano, y este también se adentra, con demora y recelo.

-Necesito tu nombre, buen hombre –dice el señor que está sentado delante de un bol de cerámica con arena dentro. Tiene las facciones enduradas, y en el rostro tiene unas pocas arrugas, pero no en abundancia. Su cara está llena de placidez y paciencia, y el soldado intuye que este debe de ser el brujo Jaro.

-Kristján.

-¿Y de dónde vienes? –habla inglés con más facilidad y no tiene un acento tan marcado.

-Islandia.

-Islandia… un país frío, en el norte, allí arriba… me imagino que debes de estar sufriendo un calor inmensurable, ¿me equivoco, Kristján?

-Tiene razón.

-Pues ya puedes quitarte la ropa.

-¿Cómo? –pregunta sorprendido, sin acabar de creer lo que le acaban de pedir.

-Que te desnudes, he dicho. ¿Quieres que te ayude o no? No podré hacerlo si estás vestido.

Lo mira con resguardo, pero se levanta, se quita la camiseta con lentitud y luego se abaja los pantalones. Se queda quieto unos instantes antes de bajarse los calzoncillos, y lo hace con gansería, pues le da vergüenza mostrar sus partes más íntimas. Finalmente, se quita los calcetines, cosa que había olvidado completamente de hacer.

-¿Por qué quiere que me desnude, señor? –pregunta Kristján, tapándose la virilidad como puede, pero una pelusa de pelos rubios sobrepasa sus manos. Hace demasiado tiempo que no se depila. Invadiendo países extranjeros no tiene tiempo de coger la cuchilla de afeitar.

-Te aseguro que no estoy interesado en tu hombría.

Jaro le pide que se siente y él lo hace, obediente. El brujo empieza a hablar en una mezcla de su idioma nativo y francés, que no debe de entender ni Kayode, que se lo queda mirando, absorto. Mezcla varios líquidos de colores varios, y después de una serie de plegarias sin sentido, de repente Jaro brama un grito que debe de retumbar por todo el desierto, e incluso la cabaña tiembla. El joven prorrumpe en risas, y el islandés se queda igual de quieto, confuso.

-Muy bien. Ya he terminado.

-¿Es esta la poción que me tengo que beber?

Jaro imita a Kayode y también empieza a reír, pero son unas carcajadas más estruendosas, oscuras y misteriosas, que ponen los pelos de punta a Kristján, y por primera vez tiene frío en este lugar, un frío que hiela.

-¿Cómo se te ocurre beber arena? ¿Estás loco? –dice el brujo, carraspeando después de haberse reído tanto.

-¿Entonces por qué has hecho que me desnude? ¿Me lo desperdigarás por el cuerpo? ¿O me lo harás oler?

-Nada de eso. He hecho que te desnudaras porque quería ponerte en ridículo. ¿Quién te ha dicho que soy, Kayode?

-Pues… un brujo, ¿no?

-No soy un brujo. ¿Por qué te crees que hablo tan bien en inglés? ¿Te crees que un nigeriano de una villa desértica tiene esta capacidad? Podríamos decir que hay cámaras porque esto es un programa divertido, pero sería avanzar demasiado la broma porque eso tampoco es cierto. No estás en África, so memo.

Es como si le hubiesen dado un martillazo. Le rueda la cabeza y parece que todo sea una insensatez enorme y que carece completamente de lógica. Empieza a reír, nervioso, intentando que los otros dos también se rían y digan que lo que acababa de decir Jaro era una broma, pero ambos de quedan igual. No mueven un músculo y esperan, pacientes, a que el islandés reaccione como toca.

-O sea, que este sufrimiento en el desierto –dice, tartamudeando-, ¿no era real? ¿Cosa de estudios cinematográficos y mierdas de estas? ¡Ya podéis estar sacándome de aquí, eh! Mi familia, los Thordottir, somos una gran dinastía y nos sobra el dinero. No será un problema pagar una fianza, un rescato, lo que sea… pero sacadme de aquí. No entiendo la razón por la que me habéis engañado y capturado, pero no cuestionaré absolutamente nada si me soltáis ahora mismo.

-¡Pues claro, que era real! Te encontramos en el desierto hace casi una semana. Rastreábamos los desiertos africanos con helicópteros para encontrar soldados moribundos, y no eres el único que hemos capturado. Chico, has sido realmente tenaz y obstinado, porque cada dos por tres te despertabas y teníamos que darte raciones elevadas de somníferos, más cantidad que a tus otros compañeros que también se habían perdido. La nota que tenías en el chaleco no era de tu compañero. La escribimos nosotros antes de que te despertaras por primera vez.

-¿Dónde está Ernest? –es su mejor amigo, y saber que en realidad no lo había abandonado lo emociona y exalta, le pone contento.

-Donde esté no te importa.

-¿Pero está vivo?

-Claro que sí. Pero maldita sea, déjame hablar de una vez. Te tenemos. Estamos en contra de esta Tiranía que vosotros impostáis, así que ahora eres nuestro, y estás dentro de esta cabaña porque quiero sonsacarte información de ti y de los tuyos.

¡Todo era un engaño! Todo eran estudios de cine, platones, ficción, las personas hambrientas eran meras imágenes, todo era una falsedad y él está aprisionado. Se levanta y se dirige al exterior de la tienda para escapar de allí lo más rápido posible, pero se pone de cara con el agujero de un revólver con el que Kayode lo está apuntando. Su propio revólver. Y se deja caer y se sienta en el suelo, sumiso.

1 comentario:

  1. Muy buen capítulo, ¡de los mejores hasta ahora!
    Tengo pendiente de leer el número 5.

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