sábado, 10 de diciembre de 2016

OTRA VUELTA DE TUERCA


Breve ficha técnica
Título original: The Turn of the Screw
Idioma original: Inglés  
Autor: Henry James
Año: 1898
Género: Novela
Editorial: Alianza editorial
Número de edición: Tercera
Número de páginas: 198

La novela no empieza con el relato en si, sino con un grupo de amigos que, alrededor del calor de la hoguera de una casa, se cuentan historias de terror. Como este inicio está narrado en primera persona, pensé que, aunque se narraran relatos que no concernían directamente a esos personajes, acabaría sucediéndoles algo a ellos, pero no es así. El libro acaba girando, únicamente, en torno a la historia que expone el tal Douglas. Puesto que explica que había algún tipo de relación —estrecha, incluso— entre él y la protagonista de este suceso, pensé que este, de algún modo, tendría alguna involucración en los acontecimientos. Me equivoqué.

La protagonista —cuyo nombre creo que, en ningún momento de la obra, se menciona—, una joven hija de un párroco rural, decide hacerse institutriz y, para ello, viaja a Londres, dirigiéndose a una cita concertada con el propietario de la mansión de Bly, donde viven sus dos sobrinos, huérfanos y necesitados de alguien que les imparta una educación doméstica, pues la anterior aya —ergo, la predecesora de la chica— ya no estaba disponible, y, así, determinar las condiciones con las que ella trabajará próximamente, y acabar de sellar el contrato.

Ya solo las condiciones que el señor de Bly establece son sospechosas, a pesar de su carácter alegre y noble, como por ejemplo que se exima de cualquier responsabilidad, que le exija que ella se encargue de solventar todos los contratiempos, o que le coarte los derechos a pedirle ayuda ante cualquier problema que surja. Desde entonces, se vislumbra que algo no cuadra. Sin embargo, a pesar de su recelo inicial, la chica acepta el trabajo.

La señora Grose, que se encarga del cuidado de los niños, aunque simpatiza con la muchacha y raramente se muestra contraria a ella, nunca acaba de caerme bien. Quiero confiar en ella pues, aunque ingenua y asustadiza, es de buenas intenciones, pero no consigo fiarme en ningún punto de la novela.

Los niños, Flora —la pequeña— y Miles —el mayor— encarnan, aparentemente, la dulce y perfecta inocencia infantil. Están descritos como si hubieran caído del cielo, literalmente, pues a menudo son comparados con ángeles. Son, además, niños prodigio, pues enseguida digieren lo que aprenden en las clases, y a veces parecen mostrar aun más inteligencia que la propia maestra. Sin embargo, no todo es agua clara. Ya desde el principio hay un indicio extraño: la carta del director del colegio de Miles, que indica, categóricamente, que este está expulsado del centro, y que nunca más volverá a ser aceptado.

Desde mi punto de vista, me parece que esta carta es el eje de la obra, sobre el que giran muchos acontecimientos, más que la aparición de los fantasmas. La protagonista querrá encontrar la supuesta maldad del niño, se esforzará por hallarla, pero solo verá ternura y magnificencia en su imagen, siempre se quedará embelesada con esa aura pueril y frágil, igual que le pasa con Flora. Aunque, a mí, me daban mala espina.

Entonces, lo que todos esperaban: la aparición del primer fantasma. El mayordomo, o sirviente, o criado, o lo que sea, llamado Quint. Que está muerto. Igual que la señorita Jessel, la antigua institutriz, que también acaba apareciéndose en forma de espectro. A partir de entonces, la joven tendrá que combatirlos, con la determinación, sobre todo, de proteger a los niños —que yo no los veo tan pobrecitos… nunca acabo de confiar en ellos, tampoco—, y lo hará con la ayuda de la señora Grose quien, aunque timorata y constantemente prevenida, nunca dejará de serle honrada, y la ayudará en lo que esté en su mano.

Sigo planteándome si los niños eran buenos y la malignidad que manifestaban era porque estaban corrompidos por los fantasmas que querían llevárselos, tal y como se nos explica, o si eran, en realidad, perversos ya de por si, y su candidez era una fachada con la que se cubrían conscientemente. Me pregunto, también —pues no se especifica en ningún momento—, qué hicieron Quint y la señorita Jessel, con los niños, antes de morir, porque fueran recordados con tan mala imagen.

Este es de los pocos libros de terror que he leído, concretamente de la temática de fantasmas. No he sentido miedo, porque no suelo sentirlo ni con las películas de terror, pero le concedo un merecido notable, porque su historia atrapa, inmersa en el espacio de la típica mansión grande y hermosa, pero prácticamente vacía y siniestra, rodeada por un paisaje también bello, pero asimismo luctuoso y marchito. Es, por lo tanto, un panorama propio del Romanticismo, aunque este corriente literario ya no estaba en auge en la época en que fue escrita la novela.

Aparte, ha sido el primer libro de Henry James que he leído. Es innegable su pericia con la pluma. Las descripciones, sin la necesidad de explayarse con mucho detalle, han sido concisas e impresionantes, incitando a la reflexión constante, e instalando el germen de la tensión incesante en el lector. Tengo pendiente, para un futuro no muy lejano, releerlo en inglés, y también leer más de este autor. Y, evidentemente, lo recomiendo. Lo único que he visto que podría considerar como negativo es que me esperaba un final que, aunque este no es abierto, cerrara más incógnitas. Si Henry James viviera en la actualidad, cuando están de moda las trilogías y sagas más largas de libros, seguramente se habría lucrado haciendo una segunda parte. O no.