martes, 28 de marzo de 2017

EL ISLAM DE LAS PROHIBICIONES


Breve ficha técnica
Título original: L’Islam des interdits
Idioma original: Francés
Autora: Anne-Marie Delcambre
Año: 2003
Editorial: L’esfera dels llibres
Número de páginas: 154

El islam de las prohibiciones es un breve tratado acerca del islam que desglosa, en menos de 200 páginas, las bases de esta religión tan extendida —desde Marruecos por el oeste hasta Indonesia por el este—, dentro de varias temáticas: la condición de la mujer, la política, la economía, los derechos humanos… Anne-Marie Delcambre, la autora, aunque no fuera originaria de una sociedad musulmana, tenía credenciales porque era una historiadora, exegeta —es decir, experta en la interpretación de textos— e islamóloga francesa; se doctoró en Derecho y Civilización Islámica, e impartió clases en la Universidad, aparte de escribir varios libros y artículos de crítica al islam. Murió el año pasado, en el 2 de enero de 2016.

Los países de Oriente Medio han estado enzarzados en conflictos —casi todos de carácter bélico— en las últimas décadas. A raíz del terrorismo fundamentalista que ha estallado, primero atacando instituciones gubernamentales, hasta llegar a inmiscuirse en las vidas de civiles inocentes, la islamofobia se ha extendido como la pólvora, sobre todo en el llamado Occidente.

Como reacción a este fenómeno de rechazo, que ha sustituido al famoso antisemitismo —que duró siglos y que parece que está casi erradicado en la actualidad—, se han levantado multitud de musulmanes y otros defensores de los derechos humanos en contra de la asociación de esa religión con el terrorismo. En parte, su aseveración es acertada: ser musulmán no significa, por definición, ser un criminal fanático; empero, el error está en negar que, íntegramente, el Corán o la Sunna no profesan, en absoluto, ningún mensaje de apología a la violencia. Delcambre, para desmitificar esas afirmaciones, cita textualmente fragmentos del Corán que las invalidan automáticamente.

Parece ser que Mahoma, el profeta por excelencia del islam, no tenía un temperamento pacífico y benevolente, sino que era más bien inflexible y beligerante. Con la excusa de la palabra de Dios, boicoteaba a los no-musulmanes, a los que etiquetaba de “infieles” y “enemigos”. Los combatía mediante la violencia indiscriminada: “Los maldecimos porque han roto su alianza con nosotros, porque han sido incrédulos [...]”. Aparte —aunque esto no es sorprendente—, menospreciaba a la mujer, colocándola en una posición inferior al hombre —como si se tratara de una característica inherente al género femenino—: “[...] diles a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres de los creyentes que vuelvan a ponerse los grandes velos; [...] para evitar ser reconocidas [...]”; menoscababa los derechos de las personas, reprimiéndolas si no cumplían con los preceptos; rechazaba cualquier crítica negativa, respondiendo —como parecía habitual— con violencia.

Todo esto, según se afirma, bajo la palabra de Alá. El Profeta, Mahoma —o como quiera que se llame (el profesor de historia medieval nos amenazaba con suspendernos si lo llamábamos así en el examen)—, era quien plasmaba lo que decía Dios. ¿Y si los reglamentos estaban tergiversados, falseados en pos de sus intereses, tintándolos de beligerancia? ¿Cómo podemos estar convencidos de que esta es la verdadera palabra de Dios? Sin meternos en debates sobre si, directamente, existe algún Dios. El contacto con distintas religiones desde un punto de vista alejado me ha hecho pensar —siendo, supuestamente, agnóstica— que, quizás, todos los Dioses de los monoteísmos son, en realidad, solo uno, y que los mandamientos escritos bajo su nombre se adaptan a cada cultura en particular.

No me parece necesario matizar en que, evidentemente, lo que digan el Corán y la Sunna no reflejan la realidad actual —ni pasada— de las sociedades musulmanas. Estos preceptos solo son seguidos por integristas o fundamentalistas islámicos, de ahí viene, por ejemplo, el fenómeno de las crecientes organizaciones terroristas —tales como Al Qaeda o el más reciente ISIS, que ha percibido una intensa expansión en los últimos años—. Lo que pretende Delcambre, entonces, es desmentir que el terrorismo islámico esté articulado por dementes que no tienen la más mínima idea de la religión que en teoría practican, y que lo que llevan a cabo no tenga nada que ver con el “verdadero islam”: sí que tiene que ver, pues lo que hacen es la aplicación de los textos con el máximo de firmeza e intransigencia, mientras que, la mayoría de musulmanes, en la actualidad, no siguen esas ordenanzas al pie de la letra.

La perspectiva analista y crítica del libro refuta muchas invenciones, y ofrece citas textuales del Corán y de la Sunna, unas fuentes inalterables. No obstante, la autora, a pesar de ser una intelectual acerca de las civilizaciones en Oriente Medio y de, por tanto, tener credenciales, lógicamente seguía estando distanciada, pues, aparte de ser europea, ni siquiera era musulmana. Me parece inapropiado, además, el tono que emplea de manera recurrente: el uso reiterado de signos de exclamación añade unos ingredientes de subjetividad que no son pertinentes para un estudio de este calibre, que pretende ser el máximo de serio e imparcial. Igualmente, a pesar de —en mi opinión— su parcialidad, es un libro interesante para introducirse en las bases del islam y empezar a comprender muchos acontecimientos que se están dando en la actualidad y que pueden llegar a afectar a escala mundial.