miércoles, 24 de septiembre de 2014

LA NOCHE



Esta vez voy a hacer una entrada diferente. Y no, no voy a escribir un poema. Os advierto que esto lo estoy escribiendo sin previa preparación, así que no os esperéis algo digno de recibir un Premio Nobel de Literatura, o de recibir un premio alguno. 

Puede que esto esté dedicado a alguien en concreto, o inspirado en alguien en concreto a quien no mencionaré.

Simplemente, como supongo que ya os habréis imaginado leyendo el título, voy a hablaros un poco por encima de la noche. Básicamente estos son pensamientos que navegan por mi mente repleta de pasadizos retorcidos que no llegan a ningún lado.

La noche. ¿Qué es eso? Bueno, si tenéis sentido común, habéis ido a la escuela o estáis vivos, sabréis lo que es, pero solo visualmente. ¿Y sentimentalmente? Personalmente, a mí me transmite un cúmulo de sensaciones inmenso, aunque no abrumador ni agobiante, para nada. Es más, este período me concede una relajación extraordinaria que se agradece. 

No os penséis que soy una vampiresa y que odio la luz del día. Nada de eso. El día es una joya, es magnífico contemplar todos los colores y sus matices, aun no teniendo ni la más remota idea de pintura y de bellas artes. Es hasta gratificante ver el mundo despierto, las calles con gente -si vives en una ciudad o en un pueblo grande- y tu alrededor lleno de actividad. 

Pero la noche se supera. Calles prácticamente desiertas, luces tenues de las farolas, silencio casi perfecto, oscuridad embriagadora. Me entran tantas ganas de escribir por la noche que es como si realmente estuviera borracha (y técnicamente no lo estoy, eh). 

Me encanta ir de noche por Barcelona. También sería fascinante ir de noche por casi cualquier ciudad del mundo, pero Barcelona es donde vivo así que es mi mejor referencia. Es una de las pocas partes del día en las que me siento distendida y libre, aunque el tema de la libertad es muy cliché y no voy a abarcarlo ahora mismo. Me enamora caminar por las calles vacías -que no sean céntricas porque entonces hay gente-, tener más frío que por la mañana -un frío agradable y que acaricia los sentidos- y sentir que estoy sola y que nadie me molesta. 

Puestos a dar créditos de los pros de la noche, voy a mencionar la música. Es delicioso tener la oportunidad de poder escuchar música con los auriculares en este hermoso ambiente nocturno. Poder deleitarte y caminar al ritmo de la percusión, relacionar la melodía con tu entorno... aunque tienes que elegir las canciones adecuadas, todo sea dicho. Dudo que sea muy apasionante escuchar una rumba o pop comercial por la noche. Mejor la música alternativa, el jazz o más clásica, ¿no?

lunes, 28 de julio de 2014

EL FINAL DE "COMO CONOCÍ A VUESTRA MADRE" (CON SPOILERS)



*ATENCIÓN, ESTA CRÍTICA CONTIENE SPOILERS*

Ya era hora de que criticara el dichoso final. Hace más de dos meses que lo vi y todavía no lo he comentado. 

Vayamos al grano. En realidad, yo ya leí en alguna parte que Barney y Robin se divorciaban, también lo de la muerte de la madre, y que Ted volvería con la canadiense me lo imaginaba. Marshall y Lily, como ya sabíamos, son la pareja perfecta. Con ellos no me he enfadado.

Lo que me indignó fue tanta tontería para no llegar a nada. Es decir, toda la novena temporada se basaba ¿en qué? ¿Una semana? ¿Menos? Detallando el periodo antes de la boda como un evento importantísimo, como si realmente hubiéramos llegado al final. Pero en realidad, en toda la temporada no pasa nada -solo la boda-, y en el doble capítulo final dan un giro argumental tan grave que me cabreó.

Cuando explican como Ted y Tracy se conocieron tendría que haber sido la última escena. A mi gusto, la cagaron alargando el final. Qué rápido se divorcian Barney y Robin. Qué poco les parece importarles al resto. Qué rápido se cargan a la madre. Qué rápido lo solucionan todo con Ted y Robin.

Además, darte cuenta de que el final lo tenían pensado desde el principio, todavía deprime más. Personalmente, me siento algo frustrada. Es como si estas nueve temporadas no hubiesen servido de nada. El título de la misma serie es un engaño. Lo importante no es "como Ted conoció a la madre de sus hijos", sino "como Ted, después de tantos altibajos, acabó quedándose con tía Robin".

Estoy de acuerdo con lo que he leído en otra crítica: después de haberse separado y juntado tantas veces, la relación Ted y Robin ya nos parecía apagada y casi imposible. Lo habían dejado tantísimas veces que yo ya los veía como buenos amigos Y NADA MÁS. Ya me había metido en la cabeza que no volverían juntos y que no formaban una buena pareja.

Añado otra cosa más: nunca me ha caído bien Robin. Me parece estúpida, antipática, quejica, amargada, caprichosa, pesimista, victimista, cínica... y un largo etcétera. Lily sí que me cae bien, pero ese ya es otro tema. Por eso nunca quise a Robin con Ted, y él me pareció idiota quisiendo volver con ella. Vale que, después de la muerte de su amada, quisiera encontrar a otra persona que le hiciera compañía, pero ¿TUVISTE QUE ELEGIR A ROBIN? Para mí, Ted y Tracy son la pareja perfecta, y creo que soy capaz de olvidar el verdadero final, creer que la madre no se murió y que ambos seguirán juntos para siempre, aunque me mienta a mí misma. No me he enfadado porque Ted se fuera con Robin, no me gusta la idea pero tampoco se tiene que hacer todo como prefieran los espectadores. Me he enfadado por como lo han llevado a cabo, como lo han desarrollado.

Por último, os hablaré muy por encima de Barney. Él es un personaje especial. Parece que siempre había temido el compromiso, hasta que salió por primera vez con Robin, que se centró más. Para mí no eran la perfecta pareja, pero me gustaban. Ya los veía bien, casados. Por lo menos, han hecho que Barney tuviese una hija y dejara de ir de flor en flor.

Esta es mi sincera opinión del final, y sé que es corta, pero tampoco hay mucho más que decir. Solo quería desahogarme, decir que estaba indignada y exponer mis razones. Podéis comentarme qué os pareció a vosotros, si queréis, aquí abajo.

domingo, 27 de julio de 2014

HABLEMOS DE FILMAFFINITY



Como podéis comprobar por el título, voy a hablaros de Filmaffinity. Muchos sabréis que esta es la página web de críticas a películas y programas de televisión por excelencia. Hay reseñas de críticas hechas por expertos y muchas críticas de usuarios, no tan expertos pero cinéfilos empedernidos, quienes saben expresarse muy bien y también saben elegir las palabras adecuadas.

Es una buena página, no lo niego. Puntuaciones estrictas y críticas profesionales y exigentes. Sirven de referente para guiarte y decidir si cierta película o serie es buena, un truño o no está mal. A veces hasta puedes reírte por la de sarcasmos que algunos sueltan. 

Pero a veces puede amargarte. Nunca es bueno consultar la puntuación de una película antes de verla, pues te da ideas preconcebidas y ya no decides por ti mismo. Inconscientemente, después de ver la puntuación y leer algunas críticas de esta, ya te guías y piensas si esta será buena o mala. No sé si me explico. Pondré un ejemplo:

Véase el caso de El Padrino. La primera película de la trilogía es la que más puntuación tiene en toda la página, si no recuerdo mal tiene un 9,1. Imagínate que antes de verla ya conoces estos datos. Entonces, cuando veas la película, ya tendrás la idea preconcebida de que tiene que gustarte, y aunque esta te aborrezca, lo negarás -en parte también para no recibir miradas fulminantes de fanáticos- y te mentirás a ti mismo/a diciendo que te ha gustado. 

Lo mismo se puede decir de una película mal puntuada. ¿Y si a ti te gusta? Antes de verla consultas su puntuación y te metes en la cabeza que esta será un bodrio y que no la vas a soportar. Pero nunca se sabe. Quizás, si no lo hubieses consultado, te habría gustado y no te habrías metido ideas preconcebidas, como he repetido varias veces previamente.

Desafortunadamente, también puede pasar al revés. Puedes ver una película que te ha encantado, y luego ver qué les ha parecido a los críticos expertos y a los usuarios, y ves que la tildan de mediocre, o cosas peores. Entonces -al menos en mi caso- te frustras y te avergüenzas de ti mismo por haber pensado que este largometraje era buenísimo.

Eso es lo que me sucedió a mí hace poco. Vi en el cine El abuelo que saltó por la ventana y se largó, y no sé si es porque soy idiota o algo, pero me reí en toda la película a carcajada limpia. Volví a casa encantada, con una sonrisa en la cara, diciendo que es muy buena y recomendándola a mis padres. Luego, tonta de mí, fui a consultar en Filmaffinity, creyendo que la elogiarían y tendría una puntuación mínima de un 7,5. Pero voy y veo que tiene un 6 y poco y que los críticos hablan de ella como si hubiese sido un desastre.

Y me frustré en silencio. Solo un poco, eh. Tampoco fue la desgracia de mi vida.

Este no es un mensaje "anti Filmaffinity", solo era una opinión. Os aconsejo que vayáis con cuidado y que también aprendáis a opinar sobre cualquier cosa por vosotros mismos, sin tener que guiaros por una página web (aunque su contenido sea muy bueno) o por nadie. 

Ya que he hablado de Filmaffinity, aquí tenéis el enlace de la página web versión española: http://www.filmaffinity.com/es
Y aquí la versión en inglés: http://www.filmaffinity.com/en/main.html

TIRANÍA: CAPÍTULO 6



Bartje es la dama de honor. Está más guapa que nunca; lleva un vestido de tubo estrecho, de un color rojo pasión, que le llega a las rodillas, y calza unas sandalias romanas con un par de centímetros de tacón. Se ha empolvado los pómulos para parecer más morena, pintado los labios de marrón oscuro y remarcado los ojos con una raya negra, que hace que parezca que tiene el iris más grande. Se ha alisado el pelo oscuro y se lo ha escalado de una forma encantadora. Sobre el vestido lleva una chaqueta tejana porque corre un viento fresco.

Sus hijos van también muy elegantes. Emke lleva una camiseta de manga corta color café y una falda plisada Siena atada más arriba del ombligo con un cinturón negro, y calza unos zapatos de charol también negros. A petición suya, su madre le ha cortado el pelo corto en forma de casco, y se ha pintado los labios de rojo cereza. Garritt lleva el pelo repeinado hacia atrás con colonia, y viste una camiseta verde oliva y unos pantalones cortos añiles. Bajo los zapatos de charol ocres, lleva unas medias blancas que le llegan a las rodillas.

Pero a Merete le toca ser la más bella de todas. No sabe si lo será, pero al menos lo habrá intentado. El velo le cubre media cara, emblanquecida por polvos de talco para que parezca que tiene la piel más fina, los labios ligeramente pintados de escarlata, una pequeña flor turquesa pintada al lado del rabillo del ojo izquierdo, los ojos reseguidos por una línea negra y los párpados un poco pintados de magenta. Se ha rizado el pelo y se lo ha teñido de negro, como el azabache. El vestido que lleva lo tiene ceñido a la cintura y le llega a los pies, pero sin tener que arrastrarlo, y es de damasco. Es completamente blanco como la nieve, con algunos bordados de flores en las puntas y las mangas.

Cuando su hermana la ve, se le abre la boca bien abierta y la abraza. Le dice que está preciosa y le da mil besos y piropos, empalagándola con su fragancia de vainilla. Le da la mano y se la aprieta muy fuerte, llena de orgullo y alegría. Los niños también se exaltan y están contentos. Emke le suplica que le dé el vestido, así cuando ella se case dentro de muchos años irá igual de guapa.

El abuelo de los niños se los lleva a la Gran Sala para que se sienten, pues el novio está esperando en el altar y pronto empezará la ceremonia. Las hermanas enlazan sus brazos. Todos se han ido avanzando lentamente. Cuando entran en la sala, Merete se cubre completamente los ojos con el velo para no ver nada lúcidamente hasta llegar al altar. Al llegar ahí, habiendo cruzado el espacio que hay entre las dos bandas de asientos y recibiendo elogios por parte de todos los presentes, Bartje le destapa los ojos con delicadeza.

Directamente, su mirada va hacia los ojos encendidos de Ardjan, que brillan llenos de amor. La novia se acerca con una sonrisa a su amado y se pone delante suyo, dejando que él contemple su belleza, pues nunca la había visto antes tan espléndida. El sacerdote parlotea y nadie le hace caso, los dos intercambian anillos y llega el beso…

Pero en vez de besar su boca, Merete besa la esquina de un estante colgado en la pared. Los dientes empiezan a dolerle horrorosamente y se los toca para comprobar si se ha hecho sangre, pero no hay rastro de ella. Solo ha sido un golpe. En breves ya no le dolerá más.

¿Se puede saber qué es lo que acaba de soñar? Solo recuerda a Garritt y Emke bien vestidos, y ella con un vestido de novia. Recuerda ir del brazo de alguien, y que estaba a punto de casarse. El resto lo ve borroso y casi se le ha olvidado.

Se levanta con holgazanería, estirando los brazos al máximo y entonando un bostezo irritante, un bostezo que roza el chillido. Se deshace la cola del pelo y va al lavabo, con los ojos medio entelados porque cuando recientemente se levanta todavía está adormecida. Se lava los dientes repetidamente, hasta eliminar el último rastro de suciedad visible. Luego se moca la nariz, porque se ha resfriado y esta se le ha llenado de mocos.

Baja por las escaleras de madera, que crujen bajo sus pies, y ve que Garritt está durmiendo en el sofá, abrazando un cojín de angora. Le sale una burbujita de mocos por la nariz, y su cuerpo es tan pequeño que Merete puede sentarse a su lado. Enciende el televisor, que es tan viejo que cimbra como si dentro de ella habitaran moscas. El único canal que pueden ver en la casa es el Religioso, en el que emiten misas cada día y a veces ponen dibujos animados sobre el nacimiento de Jesucristo y sus apóstoles. En latín. El holandés se está perdiendo… incluso en los diarios se ha perdido el idioma original.

Cuando vuelve a la realidad después de quedarse pasmada un rato, se da cuenta de que tiene la cara y el cuello de la camiseta del pijama mojados de lágrimas. Y solloza involuntariamente. ¿Por qué está llorando ahora? ¿Es idiota o qué?

Hace un par de horas que tendría que haberse ido a trabajar. Y la muy estúpida se acuerda de ello ahora. Le cancelarán el sueldo de dos semanas por haberse saltado horas. En cambio, si fuese uno de sus compañeros el que faltara, solo le cancelarían el dinero de las horas que no ha cumplido.

Lo que más le preocupa es que tendrá que esforzarse demasiado para alimentar a su hermana y sus sobrinos… y Bartje le dirá que no pasa nada, que podrán aguantarse unos días sin comer, pero Merete no se lo cree. Emke solo tiene siete años y Garritt tres. ¿Cómo podrían aguantarlo?

Se viste con lo primero que encuentra y después de besar la mejilla del niño que duerme en el sofá, se va corriendo para llegar lo más pronto posible a la estación de trenes de carga.

Cuando llega allí, todos sus compañeros ya están trabajando, y se nota desde lejos el bochorno que sufren y como se esfuerzan. Entonces ellos la ven, y se ponen a reír y a mirarla con repulsión, pero no se aturan para decirle nada y siguen en sus cosas.

Se acerca con seguridad a uno de los caudillos, el señor Korneel van Middelkoop. Es medio calvo, y los pelos que le quedan son de color canela. Es alto y robusto, pero no está gordo y tiene unos hombros altos y fuertes. Lleva una boina terrosa que lo distingue como capitán de un grupo de policías, una camisa larga color gamuza con el escudo de Holanda y el de la Tiranía, unos pantalones marrones ceñidos con un cinturón, y calza unas botas de cuero negro. En el cinturón lleva atadas una porra y una escopeta.

-Señor, discúlpeme la tardanza. Mis sobrinos pequeños estaban solos en casa y tenía que cuidar de ellos hasta que su madre llegara de comprar al mercado –miente lo mejor que puede.

-¿Se puede saber qué haces aquí, todavía?

-Trabajo aquí, señor Middelkoop. Soy Merete Rasool, ¿me recuerda?

-Ya sé quién eres, mentecata. ¿No ves que te has quedado sin trabajo?

-¿Que me he quedado sin trabajo? –Korneel camina intentando ignorarla, pero Merete lo sigue como puede- ¿Y eso por qué? Ya le he dicho lo que me ha sucedido. ¿Qué más quiere?

-Quiero que te vayas, Rasool. No puedes faltar a tu puesto de trabajo.

-Pero… si Corjan hubiese sido el que se saltara horas, por ejemplo, se lo perdonaríais…

-Corjan Reichert es un hombre. Y tú una mujer. ¿Aún no encuentras la diferencia entre ambas palabras, moscona?

-¡Yo no soy una moscona!

Es eso lo que le grita y así es como le queda la mejilla izquierda al señor Korneel van Middelkoop: rosada. Merete se mira la mano y al instante se siente culpable. Todos la miran a ella, desdeñosos. No se resiste cuando un par de soldados con un chaleco ocre dorado y unos pantalones marrones la cogen y se la llevan. Uno de ellos le mete un golpetazo con la culata de una escopeta y ella se queda inconsciente.

Pero cuando abre los ojos no ve lo que esperaba. No ve a Middelkoop o a cualquier otro caudillo, tampoco ve a ningún policía o carcelero, sino a Bartje. La está observando con inquietud, y cuando ve que su hermana mayor se despierta, le pide a uno de los carceleros que abra la celda y le deje salir de ahí.

-Como usted diga, señorita.

El hombre coge las llaves y deja que las dos se abracen y salgan de allí.

-¿Cómo lo has hecho? –pregunta Merete, todavía sorprendida.

-Mejor será que te lo explique cuando lleguemos a casa y te encuentres bien.

-Ya me encuentro bien. ¿Y los niños? ¿Dónde los has dejado?

-Están fuera, vigilados por un policía.

Pero cuando salen del edificio ve que Bartje le ha mentido: los niños no están. Le vuelve a preguntar dónde están, y la otra le contesta que no se preocupe, que están con alguien de confianza. La casa no está muy lejos, así que vuelven andando y llegan al cabo de unos cinco minutos.

Todo está tan silencioso y quiescente que a Merete le da mala espina. Su hermana abre la puerta y las dos entran con sigilo. Se acercan al sofá coral de lona. Ahí está estirado Garritt, cuyos pómulos están enrojecidos y el pelo y el cuerpo los tiene empapados de sudor. La pequeña Emke está sentada a su lado, acariciándole la frente y cantándole canciones para que se duerma.

-¿Qué le sucede? –pregunta Merete, que no entiende nada.

-Se ha puesto enfermo. Mi niño tiene mucha fiebre y se ha puesto enfermo… no quiero que le pase nada.

-¿Tiene fiebre?

-Mucha. Más de cuarenta grados. No quiere comer nada.

Un muchacho entra en la sala interrumpiendo la conversación con un bol de cerámica humeando en las manos, que entrega al niño febril. Se presenta diciendo que se llama Thijme Janssen, un conocido de Bartje. No es muy alto pero tampoco achaparrado. Le brillan los ojos azules con chalanería, los cabellos leonados los tiene alborotados y ondulados, y viste una camiseta verde de tirantes y unas bermudas color calabaza, y calza unas chanclas hawaianas turquíes. No debe de tener más de veinticinco años, por el aspecto jovial que tiene. Thijme y Merete se estrechan la mano al conocerse. Él está alegre pero ella lo mira suspicaz. Precisamente el chico tiene que irse ahora, y después de darle un corto beso a los labios a Bartje, se va.

-¿Cómo lo has hecho para sacarme de allí? ¿Y quién es ese Thijme?

-Les he contado que mi hijo estaba enfermo, y que por eso te habías puesto tan nerviosa.

-¿No podrías haberte inventado algo mejor?

-Pero si es cierto… míralo, mi dulce angelito… nunca lo había visto sufrir tanto. ¿No te dan ganas de llorar?

-¿He recuperado mi trabajo?

Entonces la hermana la mira a los ojos. Es como si sonrieran amargamente, llenos de ironía. Niega con la cabeza, y aparta la mirada.

-Tú lo perdiste, Merete. No me culpes a mí.

-No he dicho que fuese tu culpa. Ya lo sé, soy yo la que ha llegado tarde y la que le ha clavado una bofetada a su superior. Solo te lo he preguntado. Todavía no me has contestado a la otra pregunta, ¿quién es ese chico?

-Se llama Thijme Janssen, ¿no lo has oído?

-¿Te crees que soy estúpida? Claro que lo he oído. Pero quiero saber de qué lo conoces.

-¿Tanto te importa lo que haga con mi vida?

-Estás enamorada de él, ¿me equivoco?

Bartje enmudece y enrojece.

-¿Y qué te importa si lo estoy?

-No te lo prohíbo, Barti. Solo te pido que vayas con cuidado. Tú ya sabes lo que sucedió con Harrie.

De repente, Bartje, amedrentada y volviendo a su cobardía de años atrás, intenta tranquilizarse y mira a los ojos de su hermana.

-Quiero a Thijme. Te prometo que iré con cuidado, no sufras. 

viernes, 27 de junio de 2014

TIRANÍA: CAPÍTULO 5

El-experimento-de-la-carcel-de-Stanford-2.jpg

Apesta a pis de perro. ¿Cuánto hace que está aquí? ¿Un año? ¿Dos años, quizás? Vete a saber. Para ella han sido diez años, o más. No soporta permanecer aquí y cada día lo aguanta menos. “Ya te acostumbrarás”, le dijo Melvin, mirándola con sus ojos fríos y vacíos de sentimiento. Pero todavía no se ha acostumbrado. Cada día que pasa es como si fuese el primero. De lo único que se ha acostumbrado es del repulsivo pestazo.

Conoce perfectamente a todos los carcelarios. Brendan, con su cara de amargado. Damien, que siempre le trae un trozo de pan o una manzana a escondidas. Elliott, que cuando la visita le pone un poco de música para animarla, pero es heavy metal, y este estilo no le gusta. Greg, que es un bobalicón y siempre mira las musarañas. Wayne, un chaval duro de pelar pero a su vez gracioso, y que normalmente huele a sudor, porque juega todo el día a baloncesto. Y muchos más, pero estos son con los que más ha interactuado.

Al principio no sentía aversión hacia la mayoría de ellos, pero ha acabado detestándolos y apartándose de ellos cada vez que la visitan.

-¿No quieres la manzana que te he traído? –dice Damien, con cara de buena persona. Pero ella sabe que no es bueno. Si lo fuese, no estaría de acuerdo con encerrarla en esta hórrida cámara y la ayudaría a salir de esta.

Geirbjorg no dice nada. Se calla, y sigue acurrucada en un rincón de la celda, abrazándose las rodillas con fuerza, como si quisieran sacárselas. Hace días que no come, pero prefiere quedarse como un esqueleto y morirse antes que hablar con estos cretinos.

-Me extraña que no digas nada. Últimamente estabas tan simpática, que incluso habíamos accedido a sacarte una vez al día de la celda para que pudieras jugar al ajedrez o al parchís con nosotros, o pudieras ver una película y distraerte. Pero estos días estás distante y antipática… por eso sigues aquí encerrada. Cuando muestres un poco de alegría, volveremos a ser buenos contigo.

Y sin decir nada más, hace rodar la manzana hacia ella y se va, silbando una tediosa melodía y danzando con los pies.

Lo intenta. Intenta de todo para soportarlo, por una sola razón: porque él la rescatará. Su querido Syver. Piensa en él cada día. En cuando se casaron y tuvieron los dos niños, y tenían una vida feliz y sencilla en Oslo. En cuando se besaban, abrazaban y se querían.
Cuando no hay carcelarios a la vista, se arrastra hacia la manzana y se la zampa a grandes mordiscos, dejándola pelada en cuestión de segundos. No es la más buena que jamás ha comido, pero tampoco la más mala.

Cada día se pregunta lo mismo: ¿por qué se la llevaron? ¿Por qué la secuestraron después de quemar su casa y matar a sus hijos? ¿Dónde están, sus corazones? ¿Y sus almas? Las deben de tener sucias, impúdicas. Si la odian, adelante. Ella no se lo prohibirá, para nada. Pero una cosa es odiarla, y otra de muy diferente es romperle la dignidad.

La estada se le hace menos pesada cuando llega un compañero de celda. Es un hombre de unos treinta y cinco años de edad aproximadamente. Rubio platino es su pelo, podría decirse que casi blanco, y los ojos los tiene de un color azul celeste tan claro que a veces parece que no tenga iris. Su rostro es afligido, tiene el cuerpo musculoso lleno de contusiones y cortes, y no dice ni pío. Lo único que hace es llorar cada noche, estirado y acurrucado en un rincón, evitando que Geirbjorg lo toque. Pero este silencio que él emana acaba al cabo de un par de semanas, cuando se sienta y abre la boca para hablar.

-¿Cómo te llamas? –dice el hombre, y ella se fija en que le ha crecido una barba incipiente de pelos rubios al paso de los días.

-Geirbjorg. ¿Y tú?

-Da igual mi nombre. Es irrelevante.

-A mí me interesa. ¿Cómo se supone que te tengo que nombrar, sino?

-Puedes llamarme… Rubito.

-¿Rubito? ¿Y yo por qué he tenido que decirte mi nombre?

-Porque lo has querido. Yo no te he forzado.

No le cae muy bien. Tiene la voz llena de sarcasmo y no es amigable, le pone de los nervios. Creía que se distraería más con su compañía, pero la verdad es que se siente aun peor, y la presencia de Rubito le irrita. Igualmente, la situación cambia, y un día el varón se anima y empieza a charlar, indignado.

-Me han pegado, dado latigazos, me han dado patadas por todo el cuerpo, me han escupido, arrancado uñas, dejado un ojo morado, roto un par de dientes, me han drogado con somníferos y otras sustancias, me han hecho de todo. ¿Te crees que, con la de cosas que me han hecho, estaré contento y conversaré contigo tranquilamente como si fuésemos a tomar un café? Cuando me rompen el honor, no soy capaz de sonreír y alegrarme por nada.

Geibrjorg, airada, sonríe con ironía y ludibrio, y le escupe en la cara. Las babas se impregnan en los ojos de Rubito, y este hace una mueca de asco.

-No tienes ni idea, Rubito de mierda. ¿Sabes lo que yo he sufrido? ¿Lo que ellos me han hecho sufrir? Me han pegado, arrancado dientes con alicates, desgarrándome piel de las encías, me han también azotado con el látigo, me han dejado sin comida y bebida para que me pudriera aquí dentro. Me han arrancado puñados de pelos a tirones, y lo peor de todo y que nunca serás capaz de entender, me han violado. Me han desnudado sin miramientos y me la han penetrado mínimo un par de veces cada uno de ellos, sin que les importara para nada como me sentía y como me dolía cuando forzaban y me empujaban hacia ellos. ¿Acaso lo has sentido o lo sentirás nunca, eso?

-Estúpida, a un hombre también se lo puede violar.

Le vuelve a escupir, enojada.

-Pero a vosotros no os duele tanto. Os humilla, eso sí, pero no sabes lo que siente una mujer cuando la violan… a partir de ello, ya no es capaz de mirar a los hombres a la cara. Un hombre se puede vengar violando a otra persona, pero no una mujer. Para mí, sois todos igual de imbéciles, malévolos, no tenéis sentimientos y el corazón lo tenéis como una piedra. Eso es lo que pienso de vosotros.

-Eso es lo que piensas de todos menos de tu amado, ¿cierto? ¿Y cómo se llama él, eh?
La noruega se queda callada, recordando su hermosa cara, sus ojos marrones y encendidos, fogosos cuando la miraba, su sonrisa perpetua… su olor de pomelo, él… un ser encantador e irrompible.

-Dame una razón sólida por la que te tenga que decir cómo se llama él sin que me hayas dicho tu nombre.

-Porque me llamo Kristján. Kristján Thordottir.

Le alarga la mano, con actitud de mofa. Geirbjorg se le aleja un poco arrastrándose. Cree que está perturbado o que las torturas realmente le han afectado en el cerebro.

-No te diré como se llama.

-Venga ya, no seas niña pequeña. No finjas que eres fuerte y que aguantas todos los golpes, porque se nota mucho que te sientes como si todavía fuese tu primer día aquí dentro. Te sientes exactamente igual que yo, y así seguirás sintiéndote. A mi también me pasa, eh, que ser tan guapo no significa ser indeleble.

-Eres un canalla. Ni tan solo me interesa hablar contigo.

Tampoco necesita hacerlo. El día siguiente, se lo llevan vete a saber dónde y le añaden otra compañera de celda. Es una mujer muy vieja, desmirriada como un fideo, la piel blanca como la leche, y la han rapado al cero. No tiene ganas de conversar con nadie, pero tampoco parece adusta.

-Me llamo Geirbjorg –le dice a la anciana.

Y esta se duerme profundamente, despertándose raras veces. No ronca y es como si no estuviera aquí, por lo tanto, la otra se siente igual que al principio: sola. Preferiría estar con el islandés, aunque le cayera mal. Al menos tendría alguien con quien hablar.

Al cabo de unos días, la anciana fallece. Y no conoce el porqué, pero Geibrjorg llora un poco. La había visto tan plácida y a su vez tan impotente que le da lástima. Se imagina su pasado… quizás tenía un marido, y seguramente hijos… o, vete a saber, quizás estaba sola. Pero tenía una vida con oportunidades, y ellos se las han quitado.

-¡Ya basta, cabrones! –se levanta Geirbjorg de repente, y empieza a gritar dando puñetazos a los barrotes, que le dejan las manos llenas de contusiones- ¿Se puede saber por qué no me dejáis marcharme? ¿Cuándo me trataréis con respeto? ¿Se puede saber qué os he hecho?

Pero nadie viene. Muchos prisioneros desvarían. Ella es una más. Hacen como quien oye llover. Tiene la garganta reseca y el estómago tan vacío que es como si no lo tuviese. Tiene ganas de vomitar, pero no tiene nada que expulsar, así que se traga las náuseas. Se va a morir… pero aunque haya sufrido, se reencontrará con sus hijos y podrán esperar juntos a que llegue Syver.

-Levántate –le dice una voz masculina.

¿Cuánto lleva durmiendo? Quién sabe. Abre los ojos, alza la mirada y ve a Wayne y a Melvin, ambos desprendiendo una insoportable peste de sudor, y tienen una marca en la parte de las axilas. Abaja la cabeza para volver a dormirse y morir en sueños, pero Melvin le repite la orden, insistente.  

-¿Por qué tengo que levantarme? ¿Me arrancaréis la lengua? –dice Geirbjorg, parsimoniosa y sarcástica- ¿O me violaréis otra vez?

-Nada de eso, estúpida –brama Wayne, cabreado-. Levántate de una maldita vez.

Se niega de nuevo, pero ellos abren la celda y la sacan de allí a empujones y agarrándola del brazo. Le vendan los ojos con un pañuelo negro y en un principio su visión es completamente negra y oscura. Pero consigue que su mirada se deslice por un pequeño agujero, y es capaz de ver lo que pisa: baldosas blancas. Nada más. También ve pies. Bueno, más que pies son zapatos. Dos zapatillas deportivas que caminan prestas. Y percibe un jaleo algo lejano, pero más que un alboroto es un conjunto de gente que charla.

La obligan a sentarse en una silla y le quitan el pañuelo de un tirón. Por primera vez en mucho tiempo se siente algo más libre, porque ha salido de la celda. Prácticamente ya no recuerda aquellas temporadas en las que la dejaban salir para jugar a juegos de mesa con ellos, y fueron más simpáticos que nunca.

Pero hoy no tienen ganas de ser simpáticos.

-Creo que esto te hará mucha gracia –dice Melvin en un suspiro, plantándole un periódico delante de su cara para que lo vea.

“Muere el rey de Noruega, el señor Heiolf Solberg. Poco después, cuando su hermano Syver releva su poder, muere también misteriosamente por causas desconocidas…”

No tiene ganas de leer más. Escupe en el diario todas las veces que puede hasta que alguien lo coge. Alguien la insulta porque lo ha dejado hecho un asco. Wayne le clava una colleja que le provoca dolor de cabeza, pero no se queja.

No se queja delante de ellos, pero cuando la vuelven a encerrar en la celda se acurruca y se hunde entre sus piernas para llorar como una boba. No le sirve de nada, fingir que es valiente. Es solo una fachada.

viernes, 13 de junio de 2014

TIRANÍA: CAPÍTULO 4


Le duele muchísimo la cabeza. Abre los ojos, y nota una molesta sensación en la cara: la tiene llena de arena. Se la sacude con las manos, y se levanta con apatía, contemplando lo que le rodea. Un enorme desierto de naranja y alevosa arena, y unos cactus de formas varias a la lejanía, eso es lo que lo rodea.

Grita lo más fuerte que puede, hasta desgañitarse. Es inútil, no hay nadie. Se quita el jubón y se arremanga las mangas de la camisa y los pantalones para no sufrir tanto calor. También se quita las botas negras y camina descalzo por la hosca arena. Se muere de hambre, y vete a saber cuántas horas ha estado durmiendo.

Un trozo de papel cae al suelo. Se agacha y lo coge como puede, haciendo el máximo esfuerzo para no perder el equilibrio. Está muy refregado, y es una nota escrita con letra trémula.

“Kristján Thordottir, si te recuperas de la insolación búscanos. Sino… ha sido un placer trabajar contigo. Gracias por el servicio. Descansa en paz.

Ernest Köhler”

Incluso su mejor amigo, el que lo acompañaba siempre, ahora lo ha abandonado. Ha preferido salvarse en vez de arriesgar su vida esperando a que su compañero se despertara o muriera.

Necesita agua. Y comida. El estómago le ruge y tiene carraspera en la garganta. Tiene el profundo deseo de que, pronto, un tuareg remoto lo verá y lo salvará, o encontrará un oasis extraordinario. Podrá sumergirse en aquellas aguas y saciarse. Camina y camina, cada vez con más hervor por el pensamiento del oasis y el tuareg, pero está tan hueco que se cae y se desmaya, hundiéndose en la arena.

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Cuando abre los ojos sucede el milagro: delante no tiene un cielo azul y resplandeciente, sino un techo de color carne. Sonríe, flemático, y balbucea una serie de palabras sin lógica para que alguien lo atienda. Y funciona, pues enseguida llegan unas cuantas personas.

-Hola, señor. ¿Se encuentra bien? –le dice un joven de unos dieciséis años en un inglés pastoso, dándole un vaso de agua, y Kristján se lo bebe de un sorbo, con devoción.

Tienen todos la piel negra como el azabache, y no tienen aspecto de tuaregs. Visten con poca ropa, y solo hay un par de mujeres; una muy vieja y regordeta que casi no se puede levantar de su silla y otra más joven, pero tampoco es una adolescente, sino que debe de tener unos treinta años.

Hablan entre ellos un idioma extranjero, y su deber es el de apalearlos porque no hablan el lenguaje que toca, pero no lo hace, porque está demasiado débil y lo están tratando de maravilla. Le dan una infusión repulsiva pero efectiva, y después de haber dormido un rato, le dan la poca comida que tienen: sacos de fruta, patatas, lechuga y un poco de carne de pollo fría. Los tres lo miran fijamente mientras manduca y eso lo agobia e incomoda.

-Los pollos… ¿de dónde los habéis sacado? –dice Kristján en voz baja e insegura, para romper el silencio.

-Tenemos aves de corral –dice el chico joven que antes le ha dado agua, y sonríe porque ha sabido expresarse bien-. Pollos muchos, gallinas.

Cuando sacia su hambre y su sed, es capaz de ubicarse. Están dentro de una pequeña casa de pocos colores y casi sin decoración; de lisas paredes de color carne y puertas de madera marrones. No debe de ser un lugar muy seguro donde te puedas sentir protegido en caso de tormenta o terremotos, pero algo es algo.

-¿Cómo os llamáis? –les pregunta lentamente para que lo entiendan.

-Yo Kayode –dice el chico-, ella mi hermana Ngozi –señala a la chica de unos treinta años-, y ella madre Yetunde –señala a la mujer gorda.

Ngozi y Yetunde no dicen nada, pero lo miran con una leve sonrisa en los ojos, aprobándolo. Lo que Kristján no sabe es qué hará a partir de ahora, y no entiende por qué lo están tratando con tanta hospitalidad. Si él fuese uno de ellos, lo habría matado con tan solo verlo, pues es un soldado invasor.

-¿Por qué me tratáis tan bien? Soy un soldado…

-Nosotros no importa si tú soldado –dice Kayode, charlatán y entusiasmado-. Tú laso y nosotros cogerte y cuidarte y darte comida. No importa si tú soldado –repite, trabándose con las palabras.

-He venido a torturaros, para impostar una tiranía con mis compañeros, porque estoy a favor de esta. ¿A caso queréis que os mate?

-Tú no tener pistola y tus compañeros no acompañan –dice Ngozi por primera vez, pero acaba de decir su frase y ya se retira, vergonzosa.

-¿Me estáis diciendo que soy un rehén?

-Poder venir a conocer pueblo, y brujo Jaro ayudar a curarte –sigue diciendo el chico.

Aunque dijera que no, acabaría yendo seguro, así que asiente con la cabeza y Kayode le pide que lo siga. Salen de la casa atravesando unas cortinas verdes de satén. Caminan por el pueblo, que más que un pueblo es una muy pequeña villa, pero vete a saber dónde se encuentran exactamente.

A Kristján le fascina pero a su vez se le encoge el corazón; el montón de personas mal alimentadas y en un estado económico paupérrimo, los hijos enclenques que mueren pronto, sus enjutos cuerpos con el vientre inflado y las caras hambrientas. Aun así, lo que más le sorprende es que son felices. Cantan, bailan, ríen y se entienden, son todos una familia unida y no se tienen rencor alguno.

Llegan a una cabaña cubierta con telas de seda, y primero Kayode se adientra, pidiendo a Kristján que se espere fuera unos minutos. Poco después lo hace entrar con un gesto de la mano, y este también se adentra, con demora y recelo.

-Necesito tu nombre, buen hombre –dice el señor que está sentado delante de un bol de cerámica con arena dentro. Tiene las facciones enduradas, y en el rostro tiene unas pocas arrugas, pero no en abundancia. Su cara está llena de placidez y paciencia, y el soldado intuye que este debe de ser el brujo Jaro.

-Kristján.

-¿Y de dónde vienes? –habla inglés con más facilidad y no tiene un acento tan marcado.

-Islandia.

-Islandia… un país frío, en el norte, allí arriba… me imagino que debes de estar sufriendo un calor inmensurable, ¿me equivoco, Kristján?

-Tiene razón.

-Pues ya puedes quitarte la ropa.

-¿Cómo? –pregunta sorprendido, sin acabar de creer lo que le acaban de pedir.

-Que te desnudes, he dicho. ¿Quieres que te ayude o no? No podré hacerlo si estás vestido.

Lo mira con resguardo, pero se levanta, se quita la camiseta con lentitud y luego se abaja los pantalones. Se queda quieto unos instantes antes de bajarse los calzoncillos, y lo hace con gansería, pues le da vergüenza mostrar sus partes más íntimas. Finalmente, se quita los calcetines, cosa que había olvidado completamente de hacer.

-¿Por qué quiere que me desnude, señor? –pregunta Kristján, tapándose la virilidad como puede, pero una pelusa de pelos rubios sobrepasa sus manos. Hace demasiado tiempo que no se depila. Invadiendo países extranjeros no tiene tiempo de coger la cuchilla de afeitar.

-Te aseguro que no estoy interesado en tu hombría.

Jaro le pide que se siente y él lo hace, obediente. El brujo empieza a hablar en una mezcla de su idioma nativo y francés, que no debe de entender ni Kayode, que se lo queda mirando, absorto. Mezcla varios líquidos de colores varios, y después de una serie de plegarias sin sentido, de repente Jaro brama un grito que debe de retumbar por todo el desierto, e incluso la cabaña tiembla. El joven prorrumpe en risas, y el islandés se queda igual de quieto, confuso.

-Muy bien. Ya he terminado.

-¿Es esta la poción que me tengo que beber?

Jaro imita a Kayode y también empieza a reír, pero son unas carcajadas más estruendosas, oscuras y misteriosas, que ponen los pelos de punta a Kristján, y por primera vez tiene frío en este lugar, un frío que hiela.

-¿Cómo se te ocurre beber arena? ¿Estás loco? –dice el brujo, carraspeando después de haberse reído tanto.

-¿Entonces por qué has hecho que me desnude? ¿Me lo desperdigarás por el cuerpo? ¿O me lo harás oler?

-Nada de eso. He hecho que te desnudaras porque quería ponerte en ridículo. ¿Quién te ha dicho que soy, Kayode?

-Pues… un brujo, ¿no?

-No soy un brujo. ¿Por qué te crees que hablo tan bien en inglés? ¿Te crees que un nigeriano de una villa desértica tiene esta capacidad? Podríamos decir que hay cámaras porque esto es un programa divertido, pero sería avanzar demasiado la broma porque eso tampoco es cierto. No estás en África, so memo.

Es como si le hubiesen dado un martillazo. Le rueda la cabeza y parece que todo sea una insensatez enorme y que carece completamente de lógica. Empieza a reír, nervioso, intentando que los otros dos también se rían y digan que lo que acababa de decir Jaro era una broma, pero ambos de quedan igual. No mueven un músculo y esperan, pacientes, a que el islandés reaccione como toca.

-O sea, que este sufrimiento en el desierto –dice, tartamudeando-, ¿no era real? ¿Cosa de estudios cinematográficos y mierdas de estas? ¡Ya podéis estar sacándome de aquí, eh! Mi familia, los Thordottir, somos una gran dinastía y nos sobra el dinero. No será un problema pagar una fianza, un rescato, lo que sea… pero sacadme de aquí. No entiendo la razón por la que me habéis engañado y capturado, pero no cuestionaré absolutamente nada si me soltáis ahora mismo.

-¡Pues claro, que era real! Te encontramos en el desierto hace casi una semana. Rastreábamos los desiertos africanos con helicópteros para encontrar soldados moribundos, y no eres el único que hemos capturado. Chico, has sido realmente tenaz y obstinado, porque cada dos por tres te despertabas y teníamos que darte raciones elevadas de somníferos, más cantidad que a tus otros compañeros que también se habían perdido. La nota que tenías en el chaleco no era de tu compañero. La escribimos nosotros antes de que te despertaras por primera vez.

-¿Dónde está Ernest? –es su mejor amigo, y saber que en realidad no lo había abandonado lo emociona y exalta, le pone contento.

-Donde esté no te importa.

-¿Pero está vivo?

-Claro que sí. Pero maldita sea, déjame hablar de una vez. Te tenemos. Estamos en contra de esta Tiranía que vosotros impostáis, así que ahora eres nuestro, y estás dentro de esta cabaña porque quiero sonsacarte información de ti y de los tuyos.

¡Todo era un engaño! Todo eran estudios de cine, platones, ficción, las personas hambrientas eran meras imágenes, todo era una falsedad y él está aprisionado. Se levanta y se dirige al exterior de la tienda para escapar de allí lo más rápido posible, pero se pone de cara con el agujero de un revólver con el que Kayode lo está apuntando. Su propio revólver. Y se deja caer y se sienta en el suelo, sumiso.