miércoles, 30 de abril de 2014

TIRANÍA: CAPÍTULO 1



-Un par de meses atrás, Tijl Dekker, un niño de dos años, caminaba por la calle de la mano de su madre cuando pisó una mina y explotó bajo de él. Se quedó sin piernas, y la ambulancia no llegaba, así que murió desangrado.

¿Cómo es posible? Suena brutalmente absurdo. Merete, absorta, escucha a su compañero de trabajo mientras carga a los hombros un saco de patatas para meterlo en el tren.

Pero no le sorprende lo que sucedió. Al paso del tiempo, el mundo se ha deteriorado notablemente. Hace cinco años, tuvo que irse de Ámsterdam porque se estaba derribando bajo el agua del mar; la marea había alcanzado el nivel más alto en toda la historia y tragaba la tierra que había a su paso, destrozando las ciudades y pueblos costaneros. 

Ahora la gente vive a base de la avaricia, la codicia y el egocentrismo. Unos pocos años atrás, en 2279, en cada país subió al poder un monarca absolutista, que imponía torturas, hambre y muertes en abundancia. Gracias a la unión del rey francés Diègue Sartre y el noruego Heiolf Solberg, consiguieron, con su inmensa posesión de soldados, conquistar a base de guerras sanguinarias todo Europa del Oeste. Al principio, los españoles se resistieron y los Pirineos eran una buena fortaleza–aquellas batallas sucedieron en invierno y las montañas nevadas provocaban la muerte de muchos soldados-, pero lo perdieron todo cuando consiguieron atravesar la frontera y llegaron a Navarra y Cataluña.

Millares de galeras ingentes atracaron los puertos ingleses e irlandeses, cuyos monarcas solo necesitaron un poco de oro y alcohol para dejarse someter por los invasores. El encanto del rey Solberg contentó a los suecos y finlandeses, cuyos reyes acabaron asesinados a traición. Tampoco fue muy difícil invadir a los del Este; pues tenían miedo y casi se dejaron los dedos sin uñas de tanto mordérselas por el temor.

La gente se transportaba mediante trenes, coches eléctricos o hasta caballos, porque el petróleo se había acabado, y sólo quedaban escasos litros, escondidos en algún lugar del subsuelo. El sol ya no aparecía; estaba eternamente cubierto por una polvareda sucia y gris, que bañaba el mundo en tristeza y aflicción.

No sólo Europa cayó en la sumisión y la autocracia; Asia Oriental se añadió a la algazara uniéndose con los monarcas europeos vigentes y conquistaron China, Japón, las dos Coreas y el resto de países asiáticos con facilidad. Filipinas fue el más difícil, porque, después de la conflagración con los otros países que anunciaban por televisión, reunieron millones de combatientes defendiendo su país, pero igualmente acabó cayendo, valetudinarios ante la ciclópea unión de países a los que se oponían. También invadieron África, aun siendo una tarea difícil la de atravesar los desiertos, pero lo consiguieron gracias a la pobreza y exigüidad que allí residían. Conquistaron Madagascar mediante grandes veleros que atracaron los puertos del país.

Los Estados Unidos, al principio, estaban paralelos a los conflictos que había a la otra banda del océano, pero estaban inmiscuidos en su propia colisión: arrasaron Canadá a base de arteras estrategias y aun lo hicieron más brutal con México y los países de Centroamérica, donde las mutilaciones, torturas y asesinatos acabaron siendo usuales. Durante discursos de los varios presidentes sudamericanos –de los únicos sitios donde no se había impostado el absolutismo monárquico-, encapuchados anónimos agujerearon el cerebro de cada líder de un tiro y amenazaron el resto de pueblos a base de escopetas y bombas atómicas. Después, se unieron a Europa y al resto de unificaciones.

Al paso de muchos años, se impuso a todas las escuelas e instituciones de la Tiranía un idioma común y oficial: el latín. Se prohibieron las otras lenguas, y a cualquiera que se lo oyera hablar públicamente en otro idioma que no fuese el latín, se lo encarcelaba en unos calabozos nauseabundos y se lo torturaba hasta que los carceleros se cansaban.


Pero eso no es lo único: regresaron la esclavitud y el machismo draconiano, y una crisis brutal llegó a todos los sitios, acabando con los más pobres y sumiendo en la miseria a los que no les costaba vivir. En todas partes había minas bajo tierra, preparadas para explotar a cada pisada. La contaminación había devastado el planeta y lo había dejado asolado y carente. Los aviones ya no volaban y nada era lo que había sido centenares de años antes. Ya no existían, las vidas felices del siglo XXI, ni del XXII.


Y aquí está Merete, cuya familia tenía ramas burguesas. ¿En qué se ha convertido? Cuando era pequeña y vivía en Ámsterdam, era una dulce niña vestida con largos vestidos llenos de refinados bordados, con el pelo rizado por sus criadas. Ahora, sin embargo, no tiene nada que ver con lo que era. Tiene el pelo grasiento recogido en una cola, lleva una boina llena de piojos y liendres pegados, y viste unas botas marrones de piel gastadas, una camisa harapienta, mal cosida de cuadros blancos y azules y unos pantalones llenos de agujeros que muestran su piel curtida por el sol. Tiene la cara sucia de hollín y escupe en el suelo cuando se acerca a sus compañeros de trabajo.


-¿Tenéis algo para comer?


Mientras Ardjan le da un trozo de pan, Gustaaf les cuenta a todos en el idioma prohibido lo que sucedió con Tijl Dekker. Por suerte, los caudillos no están por aquí, así que no es problema si hablan un poco en holandés, porque tampoco hay cámaras.


Merete es la única mujer entre sus compañeros. Su hermana Bartje buscó trabajo de profesora o de cualquier otra cosa para poder ganarse la vida y la de sus hijos, pero nadie la aceptaba por el simple hecho de ser mujer. Ésta tuvo que quedarse en casa de Merete con los niños para no quedarse en la calle y morirse de hambre.


-Y la pobre criatura murió allí, en la calle, sin que a nadie le importara –dice Gustaaf cuando acaba su relato, y le da un mordisco a una zanahoria cruda y medio podrida-. El mundo se está convirtiendo en una mierda. Ya no sé ni lo que como –dice, malhumorado, y escupe un trozo de zanahoria.


-El mundo hace centenares de años que es una mierda –comenta Merete, con su voz grave y contundente-. Lo que pasa es que la gente se está percatando de ello ahora, cuando los niños pisan minas y mueren desangrados.

-Todos son unos idiotas, incluso nosotros –comenta Corjan, con una mueca que lo hace aún más feo, masticando un chicle blanco al que seguramente hace rato que se le ha acabado el gusto y mostrando sus dientes amarillentos y segados.

-¿Y nosotros qué podemos hacer al respecto? –se añade Ardjan, con su voz de pito- Somos unos trabajadores y nos pagan una miseria.

-Podemos hacer una revolución –dice Merete, animada, y le arrebata el pan a su compañero-. He leído muchos libros sobre revoluciones... hay esta... ¿Revolución Francesa? De hace unos... centenares de años... Los más pobres se cansaron de tantas tonterías del despotismo, y robaron armas y atacaron a los invasores.
-Somos unos cobardes –dice Corjan, despreocupado-. Venga, princesita, a ver si te atreves a apalear a los caudillos y a quitarles todas las armas para repartirlas y empezar una estúpida revolución.

La mujer enrojece, avergonzada, y decide no hablar con ellos en todo el día. Son unos cretinos. Se acurruca en un rincón, se termina el pan y continúa trabajando en lo que le toca.


6 comentarios:

  1. Uau!!
    Molt ben escrit aquest primer capítol, la novel.la promet!
    Enhorabona, jove escriptora!

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  2. Moltes gràcies per llegir-lo!!! M'aniria bé la difusió!!! :D

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  3. Esta muy muy interesante! Sera un placer leerlo! Gracias por escribirlo!

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  4. Esta muy muy interesante! Sera un placer leerlo! Gracias por escribirlo!

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